viernes, 26 de septiembre de 2014

EL QUE DEBERÍA DIMITIR



La palabra dimitir no está en su diccionario. Ni en el de su partido. El día G, de Gallardón, fue histórico en muchos sentidos. Uno de ellos porque desde la dimisión de Suárez no habíamos asistido a una victoria tal de la dignidad sobre la conveniencia. Por eso es, junto a una jornada aciaga (el anuncio de Rajoy en un corredor con dos millones de niños difuntos hasta el momento) una explosión de esperanza. El ministro ha muerto. ¡Viva el ministro!
Y es que en esta España de zombis, que alguien tenga el arrojo que tuvo el yerno de Utrera Molina, con esas alusiones en honor de su padre y de Manuel Fraga, honra al personaje en una hora en que la palabra honor y la palabra honrar no sirven para nada. Desde ese día en España casi todo carece de importancia, por mucho que el Gobierno vierta toneladas de maquillaje en propagar operaciones policiales o estadísticas —bien pobres, por cierto— de recuperación del empleo. España, que podría haber sido en Europa lo que Estados Unidos es en el despertar de la conciencia antiabortista, se conformará, como siempre con verlas pasar. Igual que en bienvenido Mister Marshall. Gallardón creía que podía salir al balcón y pronunciar el discurso ante los delegados del nuevo espíritu de avanzadilla. Pero estamos en España, querido ex alcalde (por cierto, Madrid estaba de dulce con él y ahora es una leonera demasiado parecida a la de Tierno Galván y Barranco) y seguimos arrastrando un complejo de inferioridad que nos lleva a ser una suecia de imitación mientras los turistas vienen a ver lo que fuimos cuando no necesitábamos emular a nadie.
La mayor contradicción en esta tierra de acertijos ("Una y otra vez, presento recursos de inconstitucionalidad y sin embargo hago mías las leyes recurridas. ¿Qué partido soy?") ha sido la de la identidad del dimisionario. A la vista de los fracasos que el mismo Gallardón asumió (aunque eran sobre todo del presidente), ¿no sería coherente que dimitiera ante el Rey —que ese mismo día y a la misma hora del edicto de pasillo hablaba a muchos kilómetros de la necesidad de abordar el cambio climático para "salvar vidas"— el culpable de que el Partido Popular no pudiera cumplir su principal oferta electoral?
Ahora nos queda una retahíla que sólo Podemos sabe calibrar en su justo precio: la de los tópicos como caravanas de coches de bomberos para apagar los fuegos. Que si la familia (¿qué familia, la única que va a quedar después de la experiencia social-pepera?), que si las niñas de 16 años que tendrán que presentar el papelito de papá en el abortorio, que si vamoch parriba (el otro decía "España va bien" mientras 300 nuevos españoles acababan sus pocos días en el potro de las "clínicas"), que ETA ya no mata (claro, si sus amigos están en las instituciones), qué sé yo. Los mismos cuentos con los que nos llevan durmiendo desde que lo escribió León Felipe y lo cantó Jarcha. Como dijo el otro, pero esta vez sobre el ideario del programa electoral: "Si así lo hacéis que Dios os lo premie, y si no que os lo demande".

sábado, 20 de septiembre de 2014

ABORTO, DE ENTRADA NO



Las claudicaciones, por emplear un término muy morigerado, han marcado históricamente el principio del fin de los claudicantes. En cualquier oferta —adoptemos la jerga del mercado— que aspire a conquistar la cosmovisión global del consumidor deben ocupar un lugar de honor (palabra en desuso, decididamente) las convicciones. Cuando Felipe González asaeteaba despiadadamente a un Adolfo Suárez aprendiz de brujo solía utilizar la artillería de la Otan. Era un recurso fácil y temerario, como correspondía a unos jovenzuelos metidos a gobernantes. Pero ya se sabe, tan pronto como se toca el balón del poder, el hechizo de la zapatilla de cristal se desvanece y los dardos envenenados del parlamentarismo tórnanse boomerangs que, tarde o temprano, impactan en el entrecejo que otrora apuntaba al objetivo a tumbar.
Y del "Otan no, bases fuera" o bien "Otan, de entrada no", pasóse al "¿dónde hay que firmar?". La traición estaba consumada, y la cuenta atrás en el reloj de los socialistas antañones (los adolescentes que corrían delante de los grises, aunque no estaban todos los que eran) se puso en marcha para llegar a lo de hoy, dícese al cuarto creciente de Podemos.
Pocos serán los que calculen —no Arriola, desde luego— que hoy se pone en marcha el reloj de la cuenta atrás en muchos votantes de la derecha de toda la vida. ¿Captará el PP votos por la izquierda? Como decía el parroquiano aquel —acodado en la barra de madera en la que se acumulaba un rimero de números en tiza como una fila de hormigas: "¡Tequiyá!" Tequiyá, Arriola. Pero no, no se va a ir, como no se iban otros hasta que les echaron en vista de lo visto. No se va porque los oráculos siempre se han dedicado a lo mismo, a susurrarle al oído al pagador lo que el pagador quiere oír. Como el aborto es un laberinto del que sólo se sale con valentía y arrojando al cubo de la basura el cuadernillo de los pasatiempos, y no estamos precisamente ante un Churchill de la política, pues todo sigue igual, y el oráculo cobrando.
Lo que acaba de producirse es, ni más ni menos, que la gran quiebra de la democracia española. Quedaba una esperanza, que ese partido ya en franca minoría y bajando que representaba a los valores de un cierto espíritu tradicional español se bajara… del tren de su ideario para correr hacia el que va que pita, aunque sea cruzando las vías. Sólo que el que va que pita va en sentido contrario y no muestra el menor interés en detenerse para que los que abandonan su tren suban a bordo.
La gran claudicación —por ser muy morigerados— del Partido Popular en el mayor de los temas que tiene en cartera (y en programa, no como los otros, que sacaron adelante una ley radical sin consenso y sin llevarlo a las elecciones) marca el principio del fin de esta opción política que los afines a Alianza Popular no reconocerían. A partir de ahora, veremos una película que ya habíamos visto, pero con los papeles cambiados, como una versión B y cutre del "Otan, de entrada no". Veremos la aguja del depósito electoral de la derecha irse a la reserva siux de los marginales. Y muy probablemente, veremos aparecer una alternativa que sería algo así como un Podemos en el extremo contrario del espectro. En Francia ya ocurre desde hace tiempo, hasta rozar —algo inaudito— El Elíseo. Allí el tema es la inmigración. Aquí es el aborto. Ya verán.